Jordi Serrallonga
es arqueólogo y antropólogo, pero es ante todo Naturalista.
Aunque
podemos leer sus artículos y sus libros, siempre es interesante charlar con él.
Hoy hablaremos de Darwin, de Félix Rodriguez de la Fuente, de los Maasai y los
Hadza, de Jordi Sabater Pi, del género Homo, de Indiana Jones y de que tienen
en común Londres, Barcelona y París para un naturalista. Con pocos naturalistas
podríamos reunir todo esto en una misma entrevista, que espero que disfruten
tanto como yo.
¿Cuales
són tus primeros recuerdos absorbiendo información de historia Natural?
Los primeros contactos con la Historia Natural datan de la más temprana infancia. Mi padre, siempre que podía, nos llevaba a ver museos. De entre todos ellos, mi predilecto siempre fue el Museo de Ciencias Naturales de Barcelona. Me fascinaban las vitrinas y cajones decimonónicos repletos de especímenes que después intentaba buscar durante las salidas por el campo. Pronto sentí un gran amor por los libros –mi vicio– y en casa me regalaron fascinantes volúmenes sobre dinosaurios, plantas, minerales y animales africanos. Por supuesto que, durante mi niñez, también fueron determinantes los documentales de cuatro grandes mosqueteros: Félix Rodríguez de la Fuente, Carl Sagan, Jacques-Yves Cousteau y Sir David Attenborough. En paralelo, durante una visita escolar al Parque Zoológico de Barcelona, la fija mirada de un pequeño gorila –Urko– hizo que me preguntase por qué nos parecíamos tanto a los grandes primates; lo cual provocó –en 1982... tenía yo 13 años– el inevitable encuentro con un personaje que ha marcado siempre mi búsqueda de los orígenes de la humanidad en África: Charles R. Darwin.
¿Por
qué estos naturalistas del pasado adquieren esta dimensión y los de hoy en día
que son técnicamente igual de buenos y que gracias a todo lo que se ha avanzado
la ciencia, saben mucho más, son prácticamente desconocidos por el gran
público?
Buena
pregunta. Eso sí, antes de responderla, querría hacer una pequeña matización:
ya me gustaría que los naturalistas del pasado fueran lo suficientemente
conocidos entre nuestros pequeños y adultos. No necesariamente es así. El
desconocimiento que tenemos sobre personajes como Buffon, Linneo, Lamarck, Mary
Anning, Humboldt, Lyell, Darwin, Wallace, Hooker, etc. es inmenso. Ahora bien,
es cierto que este desconocimiento es mucho mayor en lo concerniente a los
naturalistas más contemporáneos. Muchas veces nos hemos olvidado de grandes
nombres
como Jordi
Sabater-Pi, Ramon Margalef, George Schaller o Lynn Margulis. El problema radica
en el propio término «naturalista». En el mundo de la superespecialización
parece que no haya lugar para los naturalistas. Quizá sea una denominación
demasiado generalista, pero la clave de la Historia Natural radica en el
conocimiento amplio del medio. Sentirse fascinado por un gorila, pero también
por una geoda, un fósil, los helechos o una mariposa es esencial. Por eso
siempre reivindico el regresar al término naturalista. Es una palabra y una
profesión bellísima.
Hay un déficit de educación en los colegiosde cara a las Ciencias naturales? Los alumnos y alumnas saben analizar métricamente un soneto y hacer una derivada y en cambio muchos no saben nombrar 5 mamíferos que vivan en el Parque Natural más cercano.
Hay un déficit de educación en los colegiosde cara a las Ciencias naturales? Los alumnos y alumnas saben analizar métricamente un soneto y hacer una derivada y en cambio muchos no saben nombrar 5 mamíferos que vivan en el Parque Natural más cercano.
En efecto, hemos levantado un muro frente al medio natural que nos rodea, y eso repercute en su observación y conocimiento. Por supuesto que nuestras calles, casas, carreteras y edificios también forman parte de la Historia Natural –son un biotopo más junto a sabanas, desiertos, montañas, selvas u océanos– pero hemos de saber el porqué una abeja es tan importante para la polinización, o por qué es básico –para el futuro del ser humano– la supervivencia de los bosques que ahora destruimos. La enseñanza de las Ciencias Naturales debe ser tan prioritario como las Matemáticas o la Literatura. La fusión de ciencias y humanidades –sin fronteras artificiosas– conseguirá formar a niñas y niños de una manera más enriquecedora. Prueba de ello la tenemos en países donde abundan personajes capaces de mezclar la poesía y la ciencia de la forma más sublime. Es el caso de evolucionistas como Richard Dawkins, primatólogas de la talla de Jane Goodall o cosmólogos como Stephen Hawking.
La
evolución sigue siendo un tema tabú en algunos casos, en especial para los
fundamentalistas religiosos. ¿Impide este distanciamiento cultural de los
animales que una parte de la población se implique en la conservación?
Sin
duda. A muchos no les interesa divulgar la evolución pues implica cambio.
Significa admitir que el ser humano, al contrario de lo que se había explicado,
no dirige ni diseña nada en la naturaleza. Por encima de todo actúa la
Selección Natural. No somos una especie escogida. La evolución azarosa incomoda
a los que pretenden erigirse como nuestros salvadores, y la aparcan.
Consecuencias: al desconocer el parentesco e Historia Natural de nuestros
primos de evolución, es más difícil que los apreciemos y conservemos. Ya lo
decía uno de mis grandes maestros, Jordi Sabater Pi, en cuanto al estudio de la
Naturaleza: si observas conoces, lo que conoces seguro que formará parte de lo
que aprecias, y si amas proteges. Todo niño o niña que crezca conocedor y
orgulloso de su patrimonio natural se convertirá en el mejor defensor del
medioambiente.
En Jurassic Park, en su día hubo un gran asesoramiento para que los dinosaurios fueran lo más parecido a cómo los veía un paleontólogo. Sin embargo no se han actualizado en sus posteriores secuelas. ¿Existen siempre esos dos conceptos, el animal existente y otro versión que queremos ver?
Existe esa dualidad. En el caso de Jurassic Park, ya cuando empezó a rodarse la primera entrega por parte de Steven Spielberg, sabíamos que algunos dinosaurios terópodos –los que andaban sobre dos piernas– pudieron tener el cuerpo recubierto de plumas. Me imagino a Spielberg entre el dilema de mostrar a los Velociraptor como reptiles pequeños o emplumados –semejantes a una ave–, o como animales más grandes y de verdosa piel reptiliana. Seguro que venció la segunda opción pues estamos hablando de una película de acción y aventuras, y los velociraptores tenían que infundir miedo al espectador. No es culpa de Spielberg; supongo que queremos ver a los dinosaurios carnívoros como implacables asesinos –es la idea en el imaginario colectivo que vende más–, o al león como rey de la selva cuando sabemos que pone pies en polvorosa al ver un elefante africano acercarse. Hemos clasificado a las hienas como ruines, malvadas y carroñeras, cuando no es así: son fascinantes y buenas cazadoras. Y catalogamos entre animales buenos y malos cuando la naturaleza jamás es así. Cambiemos de perspectiva. Por mucho que no estemos acostumbrados a ello, hemos de imaginar a algunos dinosaurios con plumas. ¿Por qué no habrían de dar miedo? Solo hace falta visionar Los Pájaros de Hitchcock: seguro que le habría encantado saber que los dinosaurios del pasado son ancestros de las aves actuales
Eres un gran admirador de la ciencia ficción, de personajes como Indiana Jones y el Dr. Grant. ¿Hacen falta más personajes así y menos héroes Marvelianos?
Hacen
falta héroes de ficción de la talla de Sherlock Holmes, Indiana Jones, la
aventurera Adèle o el paleontólogo Dr. Alan Grant. Han sido motivo de
inspiración para muchos de nosotros. Pero, también hacen falta los superhéroes
y villanos de Marvel o DC. Ahora parece que hayan saturado el mercado debido a
su presencia en el cine pero dicho éxito no es casual. Llevan décadas en las
páginas de los cómics que también estimulan nuestra imaginación y conocimiento
al respecto de la Historia Natural. ¿Cómo? Siempre digo que personajes como
Spiderman, Cat-Woman, Ant-Man, Wasp, Batman, Lobezno, etc. nos descubren muchas
de los grandes «superpoderes» que poseen los animales del mundo real.
Hemos visto que en tu biblioteca tienes incluso cómics naturalistas. Cuando yo era niño no era raro encontrar cromos u otros coleccionables relacionados con naturaleza. ¿Es necesario ampliar esos formatos?
Menudos
recuerdos... soy del 69. Sí, me encantaba cuando en la puerta de la escuela
repartían álbumes y sobres para promocionar nuevas colecciones de cromos. Los
cambiábamos, entre «tengui» y «repe», en el patio. Algunos títulos memorables
estaban dedicados a la Historia Natural. Ya no prodigan, aunque he visto alguna
colección de animales salvajes o de dinosaurios que no están mal.
Esperemos
que jamás desaparezcan. Y en cuanto a los cómics sobre temas relacionados con
la Historia Natural busco todo título que se cruce por el camino. En este
sentido, tengo la suerte de contar con la ayuda de los amigos de la librería AntifazCòmic.
Carme, Paco, Gon, Edu y Ot, en el barrio barcelonés de Gràcia, siempre me
reservan –para que pueda hojearlos– los cómics donde aparecen simios (Planet
of the Apes, sobre todo), expediciones por África o vidas de naturalistas.
En este sentido, para mi sorpresa, he de decir que han ido apareciendo
volúmenes muy interesantes sobre Audubon, Humboldt o Darwin. Incluso, para un
público más infantil, Jane Goodall y Dian Fossey tienen buenos ejemplos dentro
de lo que es el libro ilustrado. Animo a que dibujantes, guionistas y
editoriales insistan en esta línea. Nosotros, por ejemplo, crecimos con los
cómics de las Joyas Literarias Juveniles Bruguera; con ellos nos
íbamos de safari por África –Las Minas del Rey Salomón– o a explorar los
océanos a bordo del Nautilus del capitán Nemo: 20.000 Leguas de Viaje
Submarino.
Sabemos
que conoces bien a los Maasai y a los Hadzabe. Dos culturas muy diferentes. Sin
embargo, creo que hemos banalizado y simplificado su forma de vida. El Maasai
guerrero y el hadza cazador. ¿Qué hay más allá de los tópicos?
Exacto.
Nos movemos a base de tópicos. Los hadzabe del lago Eyasi –Tanzania– no son
solo cazadores de animales salvajes (a los que abaten con arcos y flechas, y
otras técnicas tradicionales), sobre todo son recolectores de vegetales
silvestres. Su forma de vida es nómada y predadora. En cambio, los maasai son
un pueblo productor: ganaderos. Por lo tanto, aunque existen guerreros –los ilmoran–
en la sociedad maasai (defienden el territorio y la propiedad privada del grupo
frente a otras etnias o clanes), su vida gira en torno la ganadería y el
pastoreo. Lo que ocurre es que los tópicos, con trasfondo belicoso y machista
de tiempos pasados, se centran en aquellos aspectos que despertaron mayor
admiración o interés en la sociedad colonial y supremacista occidental: la caza
y la guerra. Estos pueblos son mucho más que eso. Debemos conocerlos y
respetarlos lejos de mitos, leyendas y tópicos. Ni son primitivos, ni objetivo
solo para fotos y botines exóticos. Los hadzabe y los maasai poseen sociedades
tan contemporáneos, complejas e interesantes como las nuestras.
¿Qué te
impulsó a escribir "Los guardianes del lago"?
La
editorial Mondadori me había pedido un libro de divulgación científica sobre
Evolución Humana. Pronto surgió una relación de buena amistad con la editora,
Silvia Querini, y un día, mientras hablábamos de mis expediciones arqueológicas
y paleontológicas por África, me dijo: «¿escribes diario de tus
viajes?». Le contesté que sí y pidió leer algún fragmento. Lo hizo
–algo que no suelo permitir a ninguno de mis expedicionarios o
expedicionarias–, y su encargo inicial dio un giro: quería que le entregase un
manuscrito sobre mis aventuras y desventuras en pos del origen, evolución y
comportamiento de los primeros homínidos en la tierra de los maasai: la Gran
Falla del Rift. Y así nació mi primer libro para el gran público. Aprovecho
para enviarle un saludo así como a los editores y editoras con las que siempre
aprendo: Carmen Esteban, Jordi Nadal, Jaume Claret, Alberto Pérez...
A veces
se banaliza mucho y se hace humor con nuestros antepasados como el Homo
habilis, el H. erectus y nuestro hermano el H.
sapiens nearderthalensis. ¿Qué podemos aprender de nuestros
antepasados?
Homo
habilis, Homo erectus, Homo neanderthalensis, y muchos más nombres de especies, de homínidos fósiles, que
podríamos citar. Totalmente de acuerdo. Decimos o pensamos muchas falsedades en
torno a ellos. Para empezar, no eran tontos... nada tontos; ni brutos, ni
sucios. Ni tan siquiera fueron violentos y salvajes los primeros Homo
sapiens paleolíticos que solíamos retratar vestidos con pieles
harapientas y viviendo en cuevas malolientes. Lo somos muchos de nosotros...
los sapiens de la sociedad industrializada y productora. Hemos de romper con
viejos mitos y falsas ideas. Por ejemplo, el Homo habilis, a pesar
de su nombre engañoso, no fue el primer humano habilidoso capaz de fabricar
artefactos piedra. Antes ya lo habían hecho otros homínidos fósiles más
arcaicos; incluso los chimpancés actuales usan y elaboran herramientas con
materiales vegetales. El Homo erectus no fue el primero en
andar sobre dos piernas con la espalda erguida; entre hace 6 y 7 millones de
años pequeños homínidos africanos –como el Orrorin tugenensis– ya
eran bípedos, también lo fue la famosa Lucy (hace más de 3 millones de años
caminó de pie por Etiopía). ¿Y el Homo neanderthalensis? El neandertal
no fue ese estúpido sobre el que han girado tantos chistes y caricaturas. Tenía
un cerebro con mayor volumen que el nuestro, enterraba a los muertos, cuidaba
de sus enfermos, interpretaba música con flautas de hueso, pintó en las cuevas
y, lejos de guerrear con el sapiens hasta extinguirse, ambas especies se
hibridaron. Es decir, hicieron el amor y no la guerra.
Sabemos
que has viajado por todo el Mundo, vives en Barcelona, pero ni ahí dejas de
explorar. Vivir en la ciudad de Oryx, Altaïr, todos esos mercadillos con libros
de segunda mano. Sabemos que eres un asiduo en los viejos comercios, como la
sombrerería Obach, donde compras tus fedora. ¿Qué ofrece una ciudad como
Barcelona a un arqueólogo viajero?
Ofrece
joyas como el ya mencionado Museo de Ciencias Naturales de Barcelona (con sus
diferentes sedes), el Etnológico, el Museo Arqueológico de Catalunya, el Jardín
Botánico con su Gabinete de Historia Natural Salvador, el Parc de la
Ciutadella... En la maravillosa biblioteca y el jardín romántico del Ateneu
Barcelonès recalo para escribir y fumar una pipa. Y siempre dependo de los
pequeños comercios que son referentes para mi. Además de los ya enumerados en
tu pregunta, no puedo olvidarme de Eric, Josep y Nura de la librería Documenta (Eixample),
de Toni y su librería de viajes Guia, o del ya citado AntifazCòmic,
ambos en Gràcia. Y lo sabes, soy un peliculero. Busco ofertas de films de
safaris y aventuras en el79 (cerca del edificio histórico de
la Universitat de Barcelona) y en Movie&Music (L'Hospitalet).
Espío maravillas por los puestos del Mercat de Sant Antoni –junto a mi pequeño
gran primate, Joan–, y en esas fantásticas tiendas que existen dentro de los
Encants Nous: RetroToys, Tannhaüser y ArqueoToys.
Gracias a sus guardianes –Llibert, Xavi y Josep– me conformo con escrutar los
escaparates para babear ante algún muñeco del Planeta de los Simios,
la saga Indiana Jones, StarWars o Jurassic
Park. Al final de todo, lo ideal es recuperar fuerzas con unas tapas del Bar
Canigó –y así charlar con Miquel y Sara–, o mojar los labios con una
pinta de cerveza irlandesa en el Dunne's Pub (y si puede ser
con Marcos y Lluís mucho mejor). La sesión de cine –en el caso que algún
estreno valga la pena– es motivo para saludar a Carina y a María, además de
Meri y Carlos del Cau del Dolç. Sin coche o moto, ni segunda
residencia, y con una economía poco boyante de arqueólogo y naturalista
excéntrico, solitario y nómada, esta es mi vida urbana en la jungla de asfalto
barcelonesa.
¿Qué
tienen París o Londres que no tenga Barcelona en ese aspecto? ¿Marcó mucho la
ilustración?
No
puedo visitar París sin acercarme al Jardín de las Plantas, donde se ubican las
esculturas dedicadas al conde de Buffon y el caballero de Lamarck, así como el
Museo Nacional de Historia Natural y la Galería de Paleontología Comparada
entre otras maravillas. ¡Claro que marcó la Ilustración! Pero, Londres y su
entorno, es un punto geográfico donde me dejo caer siempre que mis viajes y
expediciones suponen la excusa perfecta para hacerlo. Londres, Oxford,
Cambridge, o la mansión de los Darwin en Downe, son la mejor inmersión al mundo
de muchos de los naturalistas que me han inspirado y hecho crecer. Perderse por
las salas del Museo de Historia Natural de Londres supone topar, cara a cara,
con el Moriarty de Darwin –Richard Owen–, y con el dinosaurio Dippy (ahora de
gira por las Islas Británicas). En Cambrige siempre rindo pleitesía a las
habitaciones que ocupó Charles R. Darwin en el Christ College, y es obligado
visitar el museo de geología dedicado a su profesor Adam Sedgwick. En el Museo
Universitario de Historia Natural de Oxford no solo te topas con el dodo que
inspiró a Lewis Carroll para Alicia en el País de las Maravillas sino
con la sala donde se celebró el famoso debate entre creacionistas y
evolucionistas tras la publicación de El Origen de las Especies. Y
en Down House (ahora al pueblecito lo llaman Downe) puedo pasear por el sendero
de sol y sombra por el que Darwin meditaba en torno a su futura teoría, algo
que también se respira en las dependencias del interior de la casa: me encanta
su despacho. La Sociedad Linneana, la Sociedad Geológica, la Royal Society, los
Kew Gardens... saludar las estatuas de Sir David Livingstone y Sir Ernest
Shackleton en la Royal Geographical Society. Deambular por la librerías de
Charing Cross mirando las primeras ediciones de Darwin, Wallace, Lyell,
Livingstone, Burton, Speke, Scott, Amundsen, Carter... en los escaparates. Todo
es una maravilla. De hecho, hablando de la Ilustración, recomiendo la sala
dedicada a los naturalistas, coleccionistas y anticuarios de esa época –el
tiempo dorado de los gabinetes de curiosidades– que encontraremos en el
flemático Museo Británico. Y, cómo no, Londres es la capital de uno de mis
héroes: Sherlock Holmes. Jamás, un primate arqueólogo y naturalista como yo, no
dejará de presentar sus respetos al gran detective, y a su fiel compañero Dr.
Watson, en el 221b de Baker Street.
Has
colaborado hace poco con Odile, la hija de de Félix para su reciente libro.
¿Cómo ha sido la experiencia?
Siento
sincera admiración por Odile Rodríguez de la Fuente. Desde hace tiempo que nos
une una gran amistad y puedo decir que, más allá de ser la hija menor de
nuestro añorado Félix, también es una mujer extraordinaria. Para este libro que
acaba de publicar, Félix. Un Hombre en la Tierra (GeoPlaneta),
ella ha trabajado con ahínco y sola. Pero sí estamos colaborando en varias
iniciativas. Para empezar, dado que África es mi segunda casa, le facilité
testimonios de personas que conocieron a Félix en el continente africano («en
África volvía a nacer», me comentó una vez la madre de Odile, Marcelle
Parmentier) y, poco a poco, he ido reconstruyendo los pasos del naturalista por
el Este de África. Para ello, la documentación privada –procedente de la
família Rodríguez de la Fuente– que me ha cedido Odile es importantísima. Un
día será un libro, pero también tenemos pensado incluir a Félix en un proyecto
que –junto al escritor y viajero Gabi Martínez– estamos impulsando desde hace
años: Animales Invisibles. Hasta aquí puedo leer.
En otro
capítulo nos hablas además de David Attenborough y Cousteau. David que en su
día capturaba animales para el zoológico de Londres y comía puestas de tortugas
y otros animales exóticos en sus viajes, ha evolucionado y adaptado su modo de
vida a la conciencia de conservación actual. ¿Hubieran evolucionado Félix y
Jacques?
Supongo
que te refieres a un capítulo que me pidió Santiago Tejedor y que,
recientemente, ha salido publicado en el libro Viaje a la Madre Tierra (Editorial
UOC). En ese texto hablo de mis cuatro mosqueteros ya citados al inicio de la
entrevista: Sagan, Attenborough, Rodríguez de la Fuente y Cousteau. En este
mundo existe mucha envidia, mucha. He leído cosas tan terribles como injustas
sobre estos ilustres personajes; artículos, entrevistas y libros firmados por
científicos y comunicadores mediocres, frustrados y aburridos que, en vez de
aprovechar sus buenos sueldos y cómoda posición académica o mediática, solo se
han fijado en nimias anécdotas descontextualizadas. ¿Qué sentido tiene cebarse
en unos pocos pasajes que se diluyen entre la brillante y dilatada trayectoria
de estos mosqueteros? Attenborough no se esconde de cosas que hizo antaño y que
ahora, con los nuevos conocimientos que posee la ciencia, ya no haría. También
antes la gente fumaba dentro de los aviones y hospitales porque estaba
permitido, o circulaba sin casco o cinturón de seguridad. El problema está
en aquellos que comen y trafican con huevos de tortuga –aún estando prohibido–
o cazando especies protegidas por simple «deporte». Por supuesto que Félix y
Cousteau hubieran evolucionado en muchas de sus actitudes, igual que lo hacemos
la mayoría de nosotros y lo ha hecho Attenborough. Lo que sí tengo muy claro es
que los documentales de Félix, Cousteau y Attenborough han conseguido que la
mayoría de gente que acudía al bosque con una escopeta, o al océano con un
arpón, ahora hayan sustituido estas armas para matar por un cuaderno de notas y
una cámara.
Hay
otros grandes científicos como Jordi Sabater Pi, tan importante en su día para
la ciencia cmo Jane o Dian que han sido un poco olvidados por el gran público.
Ocurre algo parecido con Alfred Rusell Wallace y Darwin, ¿Qué podríamos hacer
para hacerles justicia?
Tienes toda la
razón. Figuras como las de Dian Fossey y Jane Goodall, en el terreno de la
primatología, son referentes a los que siempre debemos recurrir más siendo
mujeres pioneras que lucharon duro hasta hacerse escuchar en un mundo dominado
por la ciencia masculina. Entonces, ¿por qué Jordi Sabater-Pi es un científico
todavía desconocido por el gran público de aquí? Quizá porqué nadie es profeta
en su tierra; nos fijamos mucho en lo de fuera y no tanto en lo de dentro.
Jordi Sabater-Pi fue el primer científico en estudiar al gorila de costa en su
hábitat natural y, junto a Jane –pero en zonas geográficas diferentes de
África–, descubrió que los chimpancés fabricaban herramientas. Al respecto, se
avanzó diciendo que esto era cultura. Mientras en Japón, Gran Bretaña y los
Estados Unidos idolatraban a Sabater (muchos científicos internacionales,
invitados a Barcelona, me pedían si les podía presentar al maestro), en casa se
le ignoró. ¿Clasismo? ¿Envidias? Sabater fue un naturalista autodidacta que,
con 16 años, por necesidad, llegó a África sin estudios universitarios. Una
buena parte de la Academia jamás le aceptó aún llegando a obtener, el mismo año
de su jubilación, una más que merecida cátedra. Por suerte, la Universitat de
Barcelona reaccionó a tiempo y, unos años antes que nos dejara, adquirió todo
su extraordinario fondo que ahora se conserva en el Fons Jordi Sabater Pi de la
UB. La divulgación de la ciencia, y de nuestros científicos y científicas, es
esencial. Solo así sabremos que Charles R. Darwin y Alfred R. Wallace jamás se
pelearon y que uno no eclipsó al otro (muchos, con mala intención, han dicho
que Darwin plagió y se apropió de la ideas de Wallace). Prueba de ello está en
que el año 1858, en la Sociedad Linneana de Londres –poco antes de la
publicación de El Origen de las Especies– se publicó la Teoría
sobre la Selección Natural firmada por ambos naturalistas ingleses. Debemos
observar, investigar, publicar y divulgar... siempre. Solo así podremos
entender y proteger el lugar donde vivimos: la Tierra.
Además de escritor de diversos libros, Jordi Serrallonga trabaja para
las siguientes instituciones:
Profesor de Antropología y Evolución Humana de la Open University of
Catalonia
Colaborador del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona
Co-director del Proyecto Animales Invisibles
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